Falta poco para el cumpleaños de Ana, mi novia, y empieza la
interminable búsqueda del preciado objeto que represente todo lo que siento por
ella, al cabo de un rato decido que es un objetivo muy ambicioso y me decido
por un regalo que le guste o que le sea útil.
Voy al centro comercial a ver si aparece como por arte de
magia el regalo, por si de pronto paseando entre las tiendas algún objeto
decide hablarme: “Soy yo, Ana quiere uno como yo”. Pero eso no sucede, miro las
blusas, los bolsos, los libros, los perfumes, y nada me convence. ¿Para qué es
un regalo? Pues para demostrar cariño por ejemplo, pero ¿debe ser algo útil? Mi
opinión es que sí, pero también debe ser algo sorprendente, algo entrañable,
algo que haga que ella me recuerde. Otra vez estoy siendo muy ambicioso y sigo
dando vueltas como al principio sin saber que regalarle. Una vez le regale un
bolso.
–Qué bonito, muchas gracias –dijo ella. Mientras su boca
emitía esas palabras, sus ojos decían que bruto eres para escoger bolsos.
–Qué bueno que te gusta –respondí expectante, cuando entrego
un regalo tengo la misma sensación que cuando iba a recibir las calificaciones
de un examen a la universidad: Hice lo mejor que pude que pero no sé cuál va a
ser el resultado.
–Sí, es precioso, Lo compraste en la tienda de la esquina
¿verdad? Si tienes el ticket de compra mejor lo cambiamos por otro que vi ahí y
que me gustaba más, este es como de señora mayor –afirma.
Después de ese día tengo muchas dificultades para encontrar
un regalo adecuado. No tengo ninguna confianza en mi criterio para elegir
regalos y eso convierte la búsqueda en algo tan difícil como encontrar el pozo
de la eterna juventud. Solo faltan dos días para su cumpleaños y yo sigo sin
saber que regalarle y me voy a casa derrotado.
–Hola guapo –saluda ella al llegar a casa.
–Hola –contesto yo distraído.
– ¿Cómo ha ido tu día? –pregunta.
–Bien ¿y el tuyo?
–Todo bien… –Y cuando ella lleva un rato contándome todos lo
que le ha ocurrido durante el día, historias a las que, la verdad, no presto
demasiada atención. Sigo preocupado por el regalo. Hasta que de pronto ella
dice: – …los aretes más bonitos que he visto en mi vida, pero no me atreví a
comprármelos.
Entonces por primera vez desde que Ana había llegado a casa
la mire a los ojos y le pregunte donde los había visto, le pedí que me
describiera con la mayor precisión de la que fuera capaz cuales eran los
aretes, ella distraída mientras buscaba no sé qué en internet iba contestando
mis preguntas sin ponerme demasiada atención, hasta el punto que le tuve que
repetir alguna pregunta más de una vez.
A la mañana siguiente, feliz habiéndome quitado un enorme
peso de encima, me encamine a la joyería que Ana me había dicho, entré, estuve
mirando un rato los expositores hasta que encontré los aretes que Ana había
descrito.
–Señorita, por favor –llamé a la encargada. – ¿Puede
enseñarme estos aretes por favor?
–Claro que sí, señor –contestó. La chica me miraba un poco
raro como si me conociera. A mí la verdad no me sonaba de nada su cara así que
no le di importancia.
Después de un rato mirando los aretes como si los estuviera
valorando. Llame a la encargada.
–Me llevo estos, ¿me los puede envolver para regalo por
favor? –dije.
–Excelente elección, señor –contesto ella aduladora. – ¿Son
para su novia?
–Pues sí, ¿es que se me nota mucho? –pregunté.
–La verdad si se le ve enamorado señor, si me permite la
confianza, voy a recomendarle estos otros aretes, como mujer debo decirle que
estos son mis favoritos –afirmó rotunda al tiempo que ponía otros aretes al
lado de los que yo había elegido.
–Le agradezco mucho su interés, pero está decidido, me llevo
los otros –contesté.
–Permítame que insista señor, me jugaría mi trabajo a que su
novia prefiere estos a los que usted ha elegido –dijo la encargada con una
seguridad que me sorprendió y he de reconocer que casi me convence, pero me
mantuve firme y llevé los que había elegido.
…………..
–Hola Valentina –saludó Ana a la encargada cuando entramos
en la joyería.
–Señora Ana, le juro que hice todo lo posible… –empezó a explicar la encargada pero Ana la
interrumpió.
–No te preocupes Valentina, ya te había dicho que esto podía
pasar. Verás Fernando es un buen hombre solo es que lo de los regalos no se la
da bien –contestó Ana. Mientras esta conversación tenía lugar delante de mí
como si yo no existiera, Valentina saco del expositor los aretes que ella me
había recomendado que llevara:
–Ves cariño, con piedras azules colgadas de una piedra
blanca central –dijo Ana mientras sostenía los dos pares de aretes uno al lado
del otro como preguntando; ¿Cómo te pudiste haber confundido? Pero lo peor es
que tenía razón.
Cuando Valentina terminó de envolverlos para regalo me
entregó a mí la caja. Ana dio las gracias y se despidió de Valentina al tiempo
que a mí me decía:
–Vamos que tenemos la reserva para comer y después me puedes
dar mi regalo de cumpleaños…






