Perdí la virginidad en la azotea de una casa vacía a los quince años. ¿Les pica la curiosidad? Pues la realidad es bastante menos
interesante de lo que en principio pueda parecer, y es que perder la virginidad
está muy sobrevalorado. Esta es la historia.
Daniel, un amigo de la secundaria, se iba a vivir a
Monterrey con su familia porque a su Papá lo mandaron para allá en el trabajo,
él se negó a irse a vivir a otra ciudad argumentando, como buen adolescente con
cierta exageración, que le iban a destrozar la vida. Después de una ardua
negociación sus papás accedieron, como contrapartida a destrozarle la vida a
permitirle, una vez hecha la mudanza de su casa en la Ciudad de México, volver
unos días para hacer una fiesta de despedida con sus amigos en la casa cuando
quedara vacía. La verdad es que la fiesta prometía.
Yo tocaba en una banda de rock por aquel entonces. No éramos
muy buenos pero si lo suficiente para la ocasión, así que montamos nuestro
escenario improvisado en el patio de la casa y mientras probábamos un poco el
sonido, se me acerco una chica y me plantó un beso en la boca, yo quedé
noqueado por completo, Dani me dijo: “Es mi prima creo que le gustas”. La
verdad es que no recuerdo el nombre de la chica, pero sé que era un poco mayor
que yo, creo que tendría unos diecisiete años.
La cuestión es que ya en plena fiesta y con alguna cerveza
en el cuerpo empezamos a tocar. Cuando llevábamos como cinco o seis canciones,
la prima de Dani me cogió de la mano intentándome llevar hacia dentro de la
casa.
–Pero no ves que estoy tocando –dije.
–La verdad no creo que a nadie le importe que dejes de tocar
–contestó.
Me quite la guitarra como pude y se la pasé a Luis otro
amigo que siempre quería tocar con nosotros pero nunca lo dejábamos porque era
todavía peor que nosotros.
Ella me llevo al interior de la casa y me empezó a besar, no
voy a entrar en detalles porque no es necesario y la verdad tampoco los tengo
muy claros que digamos, pero la cuestión es que para que no nos interrumpieran
decidimos subir a la azotea. Una vez allí medio desnudos y siguiendo sus
instrucciones porque yo la verdad no tenía ni idea de que era lo que tenía que
hacer. De lo que si me acuerdo fue de la voz de ella diciendo: “¿Ya… te cae? ¿Y
para esto me raspe las nalgas?”. No parecía contenta. Perdón, fue todo lo que
acerté a decir. Llévame a mi casa, me ordeno.
Cuando bajamos de la azotea, mis amigos me miraban con
envidia y fue entonces cuando me di cuenta de que ellos con seguridad se
estaban imaginando que la gloria me había sido revelada esa noche. Nada más
lejos de la realidad, me sentía un poco inútil y no precisamente un amante
ejemplar. “Ahora vuelvo” fue lo único que pude decir mientras ella me arrastraba de la mano
fuera de la casa.
El camino a su casa, largo, tardamos casi una hora, lo
hicimos poco más o menos que en silencio, cuando llegamos a su casa le pedí su
teléfono, ella me miró con una expresión que parecía decir: estas muy chavo, me
beso en la mejilla y se metió en su casa.
Cuando volví a la fiesta fui recibido como un héroe por los
chicos y con una mirada cercana al desprecio por parte de las chicas, yo
levanté la cabeza con fingido orgullo rogando que nadie se enterará nunca de
esa frase tan terrible… ¿Ya… te cae?

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