domingo, 30 de abril de 2017

Escuchar.




–Hoy tuve un problema en la oficina, fíjate que Juliana, la de recursos humanos…
Acabo de llegar a casa después de un día de trabajo y mi mujer tras saludar y preguntarme cómo ha ido mi día, a lo que yo respondí: Bien, normal. Escueto y concreto como siempre. Ella empieza a contarme con lujo de detalle todas las anécdotas, sabores y sinsabores que ha tenido en su día. El problema está en que yo no quiero saberlo.
¿Por qué no quiero compartir con mi pareja las cosas que le importan? Después de mucho pensarlo he llegado a la conclusión de que tiene que ver con sentimientos atávicos; al parecer en algún momento de la historia de la humanidad surgió la idea absurda de que el hombre tiene que proteger a la mujer y que si no cumple con ese cometido, en cierta forma fracasa como hombre, en el sentido más primitivo del terminó, en plan: “macho alfa” o “líder de la manada”. Esta idea expresada así puede sonar anticuada, yo no sería capaz de expresar esta idea en público o en voz alta hoy en día. Pero la realidad es que cuando una mujer a mi alrededor, sea pareja, madre, hermana o hija, sufre o tiene algún problema considero  mi obligación resolverlo por ella, no sucede lo mismo cuando es un hermano o un hijo, es verdad que también a los varones cercanos  intentaría ayudarlos en caso de lo necesitaran, pero no siento como mi responsabilidad el resolverlo. Si pusiera esta idea en dos frases simples podrían ser las siguientes: “No te preocupes yo me encargo” o “yo te ayudo pero tus cosas las resuelves tú, que ya va siendo hora de que aprendas”. Creo que no es necesario especificar a quien se le dice cual.
De manera que llega un momento en el que cuando llegas a casa de trabajar y te has pasado el día lidiando con problemas, no quieres tener que resolver otro más, así que prefieres no saber que existe dicho asunto.
Pero hay más. ¿Por qué prefiero no compartir mis problemas con mi pareja? Pues siguiendo con los mismos sentimientos atávicos que escondidos en algún rincón primitivo del cerebro me dicen que yo soy el fuerte en la relación, reconocer que hay cosas que me superan, me preocupan o me dan miedo socava esa posición de protector.
Por supuesto la parte racional de mi cerebro me repite que esto no es así. Mi pareja no me cuenta lo que le ha pasado durante su día porque esté esperando que le solucione sus problemas mientras ella se sienta a mirar. No, no es por eso, lo que pasa es que ella piensan mientras verbalizan lo que le pasa, así que para encontrar la solución a sus retos o problemas necesita hablar de ellos, luego la solución aparecerá y si no aparece, pues por lo menos se ha desahogado y se sentirá mejor. Desde luego escucharla con atención, la simple expresión de una frase de apoyo y probablemente un abrazo es todo lo que ella espera de mí, si además aporto alguna opinión o idea sobre lo que le preocupa, ella tendrá todo lo que necesita en ese momento, ya se ocupara ella como lo ha hecho toda su vida de resolver el asunto.

En cuanto a mi supuesta fortaleza, mi pareja y con casi toda probabilidad tu pareja también, amigo mío, porque tengo la sospecha de que esto no me pasa solo a mi (digo sospecha porque ya saben que los hombres no hablamos entre nosotros de estas cosas). Saben a la perfección que no somos tan fuertes como nos empeñamos en parecer, pero también saben que para nosotros es importante que ellas lo crean así. Entonces ellas deciden dejarnos vivir pensándonos sus protectores y eso; lo hacen para protegernos. ¿A que tiene gracia?

domingo, 23 de abril de 2017

En la intimidad del baño.




El baño es, en mi opinión, el sitio más íntimo de una casa, es además, el lugar donde se pone a prueba la capacidad de convivencia de una pareja. La capacidad de compartir el baño es una de las pruebas más duras para cualquier pareja cuando empieza una relación. Yo tuve la suerte de tener una madre obsesiva compulsiva del orden y la limpieza y esto me ha ayudado a mantener los estándares de pulcritud del baño dentro de los límites razonables para una mujer, pero para muchos de mis amigos esto no es así.
Los hombres solemos dejar tirada la toalla en el suelo después de secarnos, por lo menos mientras somos solteros, la tapa del bote de la crema de rasurar siempre se pierde y un resto de espuma siempre cae por la orilla del bote, la pasta de dientes destapada por supuesto, y cuando se acaba el papel de baño nunca lo cambiamos, nos limitamos a sacar uno nuevo   y dejarlo sobre la tapa del escusado; estas son solo algunas de nuestras gracias más habituales en el cuarto de baño.
El espacio suele ser también motivo de conflicto, jabón, shampoo, navaja y crema para rasurarnos, cepillo, pasta de dientes, loción para después de afeitarnos y desodorante son por lo general el ajuar de cualquier hombre en el baño. En cambio nuestras compañeras tienen además, crema para las manos, otra para el cuerpo, una para la cara y la específica de las ojeras, una antiarrugas y otra antienvejecimiento (¿para qué necesitan tantas cremas? ¿No son todas iguales? Me pregunto, pero jamás haré esa pregunta en voz alta), cera para depilarse y depiladora, aceite para desmaquillarse, crema para  después de desmaquillarse (que por supuesto es diferente de todas las anteriores mencionadas), algodón, secador para el pelo, plancha para el pelo, dos o tres cepillos, broches, prendedores y ligas para el pelo, acondicionador, tratamiento para que no se les rice el pelo, tratamiento para que se les rice, protección para el cabello maltratado, compresas, pinzas para depilar las cejas (estas pinzas ahora también las uso yo a escondidas desde que me empezaron a salir pelos en la orejas, cosas de la edad), por supuesto tres o cuatro perfumes y una cajita con incontables muestras de cremas y perfumes de todas las clases posibles, esmaltes varios para las uñas, acetona y algodón para despintarse las uñas, que por increíble que parezca son de una clase distinta a los algodones para desmaquillarse, cortaúñas y tijeras para los pellejitos de los dedos (nosotros nos los mordemos). Todo este arsenal hace que sea difícil administrar el espacio en el cuarto de baño, conseguir un equilibrio en el reparto del espacio no es tarea sencilla, por eso los matrimonios ricos tienen un baño para cada uno
Dejando de lado las cuestiones del mantenimiento del orden y la limpieza en el baño, no porque no sean importantes sino por que serían objeto de un tratado en sí mismas, pasare a la cuestión de…no sé cómo decirlo, es difícil tratar este tema sin caer en la vulgaridad… permítanme ponerlo de esta forma: mi novia no caga. Lo siento, sé que es una frase poco edificante pero no encuentro otra forma de explicarlo. La cuestión es que no caga, o por lo menos no tengo pruebas evidentes de que lo haga y me explico: Nunca la pierdo vista en casa el tiempo suficiente como para que ella tenga tiempo para realizar esta tarea, que yo creía hasta ahora inherente a todo ser vivo. ¿Cómo demonios lo hace? Ya sé que no es un tema agradable, pero es un tema. Cuando éramos niños mi madre anunciaba sin ningún tipo de pudor sus planes al respecto: Pórtense bien que voy a cagar, nos anunciaba, ya sé que esto tampoco es lo ideal, pero ¿se dan cuenta de la magnitud del cambio para mí? Porque al final todos los hacemos ¿o no? Cuando yo realizo mis necesidades, paso mucha vergüenza esperando que ella no entre al baño hasta que pase un tiempo prudencial, suficiente como para que se evaporen las evidencias olfativas de ese hecho y a veces no lo consigo, eso además de la costumbre que tengo de leer mientras lo hago, si no leo, no sale, así que tengo que procurarme material de lectura para ese momento a escondidas. Pueden estar seguros que ella nunca me ha dicho nada al respecto, cosa que agradezco, pero me encantaría que ella alguna vez pasara por la misma vergüenza aunque solo fuera por solidaridad.

¿Alguien me lo puede explicar? Por favor.

domingo, 16 de abril de 2017

¿Me veo más gorda mi vida?





–Fernando, ¿me ves más gorda?
Cuando tu pareja te hace esta pregunta sabes que digas lo que digas, incluso si no dices nada estas perdido, no vas a salir indemne de este asunto.
–Estás preciosa, mi amor –contesto. Es muy importante desviar la atención de la pregunta original, es crucial nunca contestar la pregunta…
–Eres un mentiroso, ya dime si me ves más gorda –ella insiste.
 –  ¿Estas más morena? Te queda muy bien el moreno –evado por segunda vez la cuestión principal.
–Deja de mentirme –ataca ella.
–Yo no te mentiría jamás… –afirmé y un instante después de pronunciar la última palabra sabía que me había equivocado.
–Perfecto entonces, como tú nunca mientes, me vas a decir si me ves más gorda –dice mi novia y sonríe, cree que me tiene acorralado, pero lo peor es que yo creo que no.
–Pero, ¿qué te hace pensar que te ves más gorda, mi amor? –pregunto mientras la sonrisa de Ana se desvanece, me he vuelto a escapar, aunque esto aún no ha terminado.
–Aquí no importa lo que yo piense, lo que cuenta es como me ves tú, te estoy pidiendo tu opinión –Ella empieza a perder la paciencia.
–Claro que importa lo que pienses tú, de hecho es lo único que importa, lo principal es que tú te sientas bien –respondo y esta vez sonrío yo, creo que he zanjado la cuestión – ¿Quieres que prepare algo de cenar? –propongo mientras abro la despensa a ver que puedo preparar para cenar y seguir con nuestra apacible vida pero cuando volteo a mirarla para preguntarle si le apetece una pasta con aceite de oliva y espinacas, veo en sus ojos que en algún momento crucé una línea de no debía y por más rápido que pienso tratando de encontrar cual fue esa línea, sé que de alguna manera ya no importa.
–Por supuesto, que buena idea; vamos a cebar a la foquita a ver si así se calla… –contesta al parecer furiosa. –La cuestión es que nunca me dices lo que piensas, parece que soy un ogro con el que no se puede hablar, cualquiera pensaría que me tienes miedo.
–Mi opinión es que estás preciosa, no eres un ogro y por supuesto no te tengo miedo –Insisto.
Yo creo que hay veces en que a mi novia, como a muchas mujeres, hay algo que le molesta, alguna situación, algo que han dicho mis padres o que dije yo delante de los suyos, o que haya asistido a algún evento que ella considera que debí haberle pedido que me acompañara y no lo hice, o alguna persona, mujer para más señas, que ella considera que su trato hacia mí es más cercano de lo que debiera de ser. Este tipo de cosas que ella preferiría que no le molestaran pero que no puede evitarlo (El fin de semana anterior en una comida en casa de mis padres, resulta que mi madre, mientras estaban solas en la cocina, le dijo que estaba muy gorda, que debería cuidarse que aún era muy joven para dejarse estar). Así que fabrica una situación en la que poder desahogar su enfado.
–Pues tu madre no opina lo mismo, como si ella estuviera para dar consejos –dice alzando la voz.
– ¿Mi madre? ¿Esto es por algo que te dijo mi madre? –pregunto.
–Si tu madre. Poco le falto para llamarme foca –insiste.
–Ya sabes cómo es ella, no sabe tener la boca cerrada.
–Perfecto, o sea que si estoy gorda pero sería mejor no decirme nada –ataca furiosa.
–Yo no he dicho eso –me defiendo sabedor de que da igual lo que diga, hoy duermo en el sofá. Aunque debería dormir en el sofá mi mamá, pero ella está en su casa ahora mismo tan a gusto.
– ¿Ah no y que has dicho entonces?
–Mira mi amor, no estas más gorda, ya te dije que estás preciosa, no hagas caso ya sabes que a mi mamá le encanta provocarte.
–Si claro ni modo que me digas tú también que estoy más gorda.

Bien, no les voy a hacer el cuento más largo, solo les diré que ella terminó dando un portazo encerrándose en nuestra habitación. Yo esperé un tiempo prudencial y después entré despacio con una flor de papel que fabrique en la cocina mientras le daba tiempo a recomponerse, ella me miro y yo mirándola a los ojos sin dudar, con la misma seguridad que el sol saldrá mañana le dije: Eres la mujer más hermosa del mundo y cuando sonrió tímida me acerque y la abrace. Ella me dijo muy despacio al oído: Entonces amor ¿estoy más gorda?...

miércoles, 29 de marzo de 2017

Infidelidad


No fue sino hasta pasados los cuarenta que alguien me explico que una infidelidad es una traición muy grave a la confianza, una deslealtad de las más grandes. La persona fue la que ahora es mi ex mujer, hasta ese momento yo había oído algo sobre el tema, así como de pasada, por ejemplo de niño cuando te preparan para la primera comunión oyes hablar del adulterio, y de lo sagrado que es el matrimonio y que es para toda la vida, pero el enfoque es más una traición a las leyes de Dios que a la confianza de la persona que has elegido para pasar tú vida con ella. Cuando te casas te lo dejan caer un poco como de pasada. A partir de ahí queda en el terreno de la ambigüedad, de la doble moral a la que tan acostumbrados estamos hoy en día: porque en la mayoría de los casos cuando nos encontramos en público todos criticamos las infidelidades cometidas por nuestros conocidos de las que nos llegamos a enterar, al mismo tiempo que aplaudimos en la intimidad o por lo menos aceptamos sin reproches las de nuestros amigos más cercanos. Incluso en la Francia de principios del siglo XIX en ciertos círculos de la burguesía se consideraba un valor positivo tener varios amantes.
También es muy habitual justificar las infidelidades, en especial las de los hombres con frases del tipo: “tendrá que buscar fuera lo que no encuentra en casa” incluso a veces seguidas de la palabra “pobre”. No me estoy justificando. Fui infiel a mi mujer y como consecuencia de eso nos divorciamos, aunque la relación estaba rota de antes, no tuve el valor de afrontarlo hasta que me sorprendió in fraganti. Fui un traidor desleal y un cobarde. No lo niego, ojalá no lo hubiera hecho, ojalá hubiera tenido el valor de afrontar que la relación estaba rota, pero no fue así.
Creo que es probable que si alguien me hubiera explicado el tremendo dolor que causas a la persona que amas o por lo menos amaste alguna vez, si alguien me hubiera, nos hubiera explicado a los hombres la traición terrible y la deslealtad ruin que es ser infiel, es posible que no lo hubiera sido, eso nunca lo sabremos.
No pretendo dar lecciones a nadie, las circunstancias personales son diferentes en cada caso, supongo que habrá situaciones en las que incluso se justifique una infidelidad, pero creo que serán la excepción que confirma la regla. Simplemente les cuento mi experiencia, sin pretender convertirla en categoría o ejemplo, solo es una historia en medio de todas las historias posibles.
La cuestión es que deberíamos empezar a hablar a nuestros hijos de la lealtad y la honradez, y explicarles que si la pareja que un día elegiste con el tiempo dejó de ser como era, o tu cambiaste, o que las cosas no resultaron como pensabas que iban a salir no es razón suficiente para la traición y la deslealtad, si la relación no funciona pues o se arregla o se deja pero no se traiciona.

martes, 21 de marzo de 2017

Síndrome de estupidez transitoria (celos)


Tenía unos 19 años cuando por celos, hice la cosa más ridícula de toda mi vida. Unos meses antes había conocido a Lucía, que se sentía un poco sola porque su novio se había ido al extranjero durante unos meses, en seguida nos llevamos muy bien, así que primero le propuse que lo dejara a él para salir conmigo, pero ella se negó con rotundidad. Después le propuse que saliéramos hasta que volviera su novio, a lo que también se negó. Seguí insistiendo hasta que la convencí, no obstante ella me avisó: Esto no va a salir bien, al final va a doler. Y yo le contesté: No tiene porque ya somos adultos y sabemos lo que hacemos. ¿A que tiene gracia? Disfrutamos de unos meses muy divertidos y apasionados hasta que un sábado por la noche mientras la llevaba a su casa me dijo: Roberto vuelve el jueves, así que hoy será el último día que nos veamos. De poco sirvieron mis protestas y objeciones.
Esa noche en mi casa no podía dormir, solo imaginaba a Roberto besándola, lo que me hacía perder la cabeza e imaginarme estupideces; como rescatar a Lucía de un sótano donde Roberto la retenía porque ella le había confesado que al que amaba era a mí.  Yo no me resignaba a cumplir el trato de ninguna de las maneras, entonces opté por torturar a Lucia durante los siguientes cuatro días para convencerla de que rompiera con Roberto, pero aunque me tuvo una paciencia infinita no cedió.
Me enteré por una amiga común que ese día lo iba a ir a buscar al aeropuerto y de ahí irían a cenar luego ella llevaría al chico a su casa y volvería a la suya. De manera que convencí a un amigo mío para que me acompañara a montar guardia afuera de la casa de Lucía.

– ¿Para qué quieres irte a parar afuera de su casa? –preguntó Saúl, mi amigo, con la esperanza de que desistiera de la estupidez que me disponía a hacer.
–Para verla –respondí yo.
–Ahora lo entiendo; para verla cuando llega a su casa después de recibir a su novio. Lo lógico, bien pensado Fernando –concluyó sarcástico.
–Mira Saúl, tú me acompañas y mientras esperamos en el coche yo te invito unas cervezas y te lo explico con calma.

A eso de las diez de la noche detuvimos el coche a una distancia prudencial de la casa de Lucia. En este punto les recuerdo que en esa época no existían los teléfonos móviles ni las redes sociales, es decir; si querías saber en dónde estaba alguien lo tenías que espiar. Al cabo de un rato un coche se detuvo a nuestro lado; era  el hermano mayor de Lucía nos saludaba sonriente. A mí, haciendo gala de mi falta de sentido del ridículo, no se me ocurrió nada más que mirar para el otro lado.

–Tu cuñado está en su coche al lado de nosotros y nos está saludando –dijo Saúl, tratando de no mover los labios mientras habla. Pero al mismo tiempo no podía evitar mirar al hermano de Lucía poniendo cara de idiota.
–Ya lo sé, hazte pendejo –contesté yo sin dejar de mirar hacia el otro lado en donde no había nada más que una pared a la que le hacía falta una mano de pintura.
– ¿Más pendejo? –pregunto Saúl.

Manuel, que conocía los detalles de la relación entre Lucía y yo soltó una carcajada y siguió su camino. Yo decidí que no me había reconocido. No había pasado media hora cuando apareció María Elena la hermana de Lucía con un plato en el que traía dos sándwiches.

–  ¿Esa que viene caminando ahí no es la hermana de Lucía? –preguntó Saúl.
–Agáchate que no nos vea –dije, sumando otra decisión brillante a todas las que llevaba ese día.
–Hola chicos, les traje estos sándwiches, deben de tener hambre –dijo ella cuando llegó hasta el coche.
–Hola, estamos esperando a un amigo de Saúl que vive aquí a la vuelta, ¿Qué casualidad no? –Fue mi respuesta. Saúl al oírme no pudo evitar mirar al cielo preguntándose: ¿Cómo puedo tener un amigo tan idiota?
–Ya me imagino. Lucía va a tardar un rato en llegar y con el estómago lleno se piensa mejor –dijo María Elena mientras sonreía con ternura.
–Gracias –contestó Saúl al ver que yo me quedaba callado.
Una vez que María Elena desapareció de nuestra vista yo le pedí a Saúl que nos largáramos de ahí, sentía que ya había llenado el cupo de vergüenzas para esa noche.
–Mira; si te vas ahora Lucía sabrá que además de idiota eres un cobarde. Ya no tienes salida ahora hay que esperar –afirmó Saúl.

Un par de horas después por fin vimos pasar el coche de lucía, tan rápido que no nos dio tiempo de ver si iba sola o acompañada, metió el coche en el garaje de su casa y sanseacabó, casi cuatro horas de guardia, seis cervezas y dos ridículos después le pedí a Saúl que me llevara a mi casa. El me miro compasivo y dijo: te invito unos tacos pa´que se te pase el berrinche. hay unos muy ricos aquí a la vuelta de la esquina.
Nos bajamos del coche para dirigirnos a la taquería cuando Nora, la amiga de Lucía que me pasaba la información sobre los movimientos de Lucía y su novio, nos encontró de frente.

–Estás bien, pero que bien pendejo –dijo Nora, que era muy directa. Mientras se reía.
–Buenas noches, yo también me alegro de verte –contesté, inmune ya a más posibles vergüenzas.
– ¿A dónde van? –preguntó Nora.
–Le voy a invitar unos tacos aquí en la esquina a tu amigo el pendejo, pero bien pendejo –dijo Saúl pretendiendo hacerse el gracioso. Nora le gustaba.
–Sale que los disfruten –contestó Nora y siguió su camino.
–Va a casa de Lucia –advirtió Saúl.
–Ya… qué más da. Estoy muerto –respondí resignado a mi derrota.

Todavía no nos habían servido los tacos cuando aparecieron en la taquería Lucía y Nora, se acercaron a nuestra mesa; Lucia con el gesto serio. Nora parecía muy divertida.

–Hola, ¿Cómo estás? –preguntó Lucía mirándome directo a los ojos, me sentí desnudo.
–Ya sé que fue una estupidez no lo volveré a hacer te lo prometo –contesté.


Entonces ella me dio un beso en la mejilla y cuando se marchaba me dijo: “Nos vemos mañana.”

lunes, 23 de enero de 2017

Caballerosidad y damerosidad.



Cuando yo era chico, tendría unos dieciocho años más o menos, tuve la siguiente discusión con la que en ese momento era mi novia:
–Eres un pinche naco, no sé que te cuesta abrirme la puerta del coche,  ¡gañán! –Como se pueden imaginar no estaba contenta.
– ¿Eres manca? Si quieren la igualdad, cosa que a mí me parece muy bien, pues seamos iguales y entonces ¿por qué no me abres la puerta tú a mí? O mejor ¿por qué no se abre cada uno su puerta? –expuse mi argumento.
–Ser caballeroso no tiene nada que ver con la igualdad, pero tú eres demasiado zoquete para entenderlo, o me abres la puerta o te vas solo a la fiesta.
Como se pueden imaginar me bajé del coche y le abrí la puerta, luego me pase el resto de la noche ganándome el perdón a mi falta de sensibilidad.

He de decir en mi defensa que en Europa, a muchas mujeres, la caballerosidad, esto de abrir la puerta, ayudar a acercar la silla a la  mesa, ceder el paso…les resulta insultante, ¿crees que no puedo abrirme la puerta sola? He oído preguntar alguna vez. Y es que en realidad hay una línea muy delgada entre la caballerosidad y la dependencia y es que en esta lucha a brazo partido que mantienen las mujeres desde siempre para ganar la igualdad real y su espacio en el mundo no hay lugar para las ambigüedades.
Pero con el tiempo me he dado cuenta de que, como bien dice el dicho, lo cortés no quita lo valiente, Porque la caballerosidad también tiene su punto romanticón, de declaración de intenciones: “Te voy a cuidar porque te quiero”…algo así. Es decir creo que se debe de ser caballeroso con la mujer que amas, educado con las demás, creo que hoy en día el espacio para la caballerosidad es en exclusiva el del amor, la conquista, la seducción. Creo que en el resto de ámbitos, el laboral o académico por ejemplo, ya no tiene mucho sentido la caballerosidad entendida como dejar pasar delante a la chica.
¿Saben una cosa? Mientras escribo esto me he dado cuenta de que también existe la… ¿mujerosidad, damarosidad? Aunque nunca le hemos dado un nombre, como a casi todas las cosas que no inventamos los hombres no nos preocupa llamarlas de una forma determinada. ¿Qué es la mujerosidad o damarosidad? Por ejemplo esa paciencia que nos tienen cuando nos ponemos a hablar de nuestras pequeñas necedades cotidianas de macho alfa: –El idiota se me quería meter y le eche el coche encima – O como pasan por alto sin decir ni una palabra, sin hacer ni un gesto la horrible/sosa combinación de ropa que elegimos a veces, o en cómo se fijan en donde hemos dejado las llaves, sabedoras de que más tarde les preguntaremos si las han visto.

Al final es posible que la clave esté en que seamos más amables, considerados y solidarios con los demás y también con nosotros mismos,  sin importar el género.

miércoles, 11 de enero de 2017

¿Solo amigos?



¿Solo amigos?

¿Es posible la amistad entre hombres y mujeres? ¿O el deseo al final es inevitable? Porque desde el punto de vista biológico estamos hecho para atraernos, pero pongamos un ejemplo: ese chico que trabaja en la oficina contigo,  es atento, simpático, guapo y divertido, y que te escucha con atención cuando le necesitas contar que el insensible de tu marido, novio o pareja hizo tal o cual cosa esta vez, o que la arpía de tu suegra salió con quien sabe qué, ese chico con el que compartes asuntos cada vez más íntimos y personales. Entonces un una compañera de trabajo con evidente malicia te pregunta: ¿últimamente te vas todos  los días a tomar el café con Borja?
– ¿Con Borja? –preguntas tú con expresión de no haber roto un plato en tu vida.
–Sí, con Borja no te hagas… –insiste tu amiga, quizás un poco celosa de que tengas esa cercanía con este chico porque; ¿a quién no le gusta estar cerca de alguien joven, atractivo e interesante?
– ¿Estás loca? Si le saco casi ocho años. Solo somos amigos –respondes ofendida.
–Sí, lo que tú digas bonita –sentencia sarcástica tu compañera de trabajo. Es entonces cuando te preguntas ¿se me nota? y acto seguido te respondes; como que si se me nota si solo somos amigos. Y tras un rato te sinceras contigo y asumes: bueno la verdad es que un poquito si me atrae, un poco después piensas: ¿se habrá dado cuenta él? y lo más importante ¿Yo también le gustaré?  A partir de este punto no lo volverás a ver de la misma forma jamás.
Al día siguiente cuando vayas a tomar el café con él de pronto te dirá: ¿Que te pasa? Estás rara.

Es probable que él haya visto la situación de una manera muy diferente, quizá en algún momento ante algún gesto que hiciste mientras hablaban pensó: Es guapa, creo que me gusta, pero está casada/de novia, voy a esperar a ver si me da entrada. Así que anda pendiente al acecho por si encuentra una señal.
Luego ya depende de la situación personal, si tienes pareja o no, y si la relación con tú pareja se encuentra en un buen momento o no. Pero pensarlo lo piensas y como ella se deje querer un poquito entonces llega el momento en que tienes que decidir si das ese paso adelante que los convertirá en algo más que amigos o en definitiva te alejas  y si no me creen piensen un poco chicas, ¿cuantos amigos que nunca les hayan insinuado la posibilidad de una relación más íntima sea ocasional o permanente tienen desde hace…digamos 5 años? Me apuesto un café a que en ningún caso es más de uno y en la mayoría de los casos es cero.
Es probable que ustedes lean esto y piensen que estoy equivocado, puede ser pero es aquí donde volvemos al principio, desde el punto de vista biológico estamos hechos para atraernos y esto no me lo he inventado yo y aunque no cabe duda de que existen excepciones a esa atracción, como siempre pasa las excepciones no hacen sino confirmar la regla.

¿Ustedes que opinan podemos ser amigos?