martes, 21 de marzo de 2017

Síndrome de estupidez transitoria (celos)


Tenía unos 19 años cuando por celos, hice la cosa más ridícula de toda mi vida. Unos meses antes había conocido a Lucía, que se sentía un poco sola porque su novio se había ido al extranjero durante unos meses, en seguida nos llevamos muy bien, así que primero le propuse que lo dejara a él para salir conmigo, pero ella se negó con rotundidad. Después le propuse que saliéramos hasta que volviera su novio, a lo que también se negó. Seguí insistiendo hasta que la convencí, no obstante ella me avisó: Esto no va a salir bien, al final va a doler. Y yo le contesté: No tiene porque ya somos adultos y sabemos lo que hacemos. ¿A que tiene gracia? Disfrutamos de unos meses muy divertidos y apasionados hasta que un sábado por la noche mientras la llevaba a su casa me dijo: Roberto vuelve el jueves, así que hoy será el último día que nos veamos. De poco sirvieron mis protestas y objeciones.
Esa noche en mi casa no podía dormir, solo imaginaba a Roberto besándola, lo que me hacía perder la cabeza e imaginarme estupideces; como rescatar a Lucía de un sótano donde Roberto la retenía porque ella le había confesado que al que amaba era a mí.  Yo no me resignaba a cumplir el trato de ninguna de las maneras, entonces opté por torturar a Lucia durante los siguientes cuatro días para convencerla de que rompiera con Roberto, pero aunque me tuvo una paciencia infinita no cedió.
Me enteré por una amiga común que ese día lo iba a ir a buscar al aeropuerto y de ahí irían a cenar luego ella llevaría al chico a su casa y volvería a la suya. De manera que convencí a un amigo mío para que me acompañara a montar guardia afuera de la casa de Lucía.

– ¿Para qué quieres irte a parar afuera de su casa? –preguntó Saúl, mi amigo, con la esperanza de que desistiera de la estupidez que me disponía a hacer.
–Para verla –respondí yo.
–Ahora lo entiendo; para verla cuando llega a su casa después de recibir a su novio. Lo lógico, bien pensado Fernando –concluyó sarcástico.
–Mira Saúl, tú me acompañas y mientras esperamos en el coche yo te invito unas cervezas y te lo explico con calma.

A eso de las diez de la noche detuvimos el coche a una distancia prudencial de la casa de Lucia. En este punto les recuerdo que en esa época no existían los teléfonos móviles ni las redes sociales, es decir; si querías saber en dónde estaba alguien lo tenías que espiar. Al cabo de un rato un coche se detuvo a nuestro lado; era  el hermano mayor de Lucía nos saludaba sonriente. A mí, haciendo gala de mi falta de sentido del ridículo, no se me ocurrió nada más que mirar para el otro lado.

–Tu cuñado está en su coche al lado de nosotros y nos está saludando –dijo Saúl, tratando de no mover los labios mientras habla. Pero al mismo tiempo no podía evitar mirar al hermano de Lucía poniendo cara de idiota.
–Ya lo sé, hazte pendejo –contesté yo sin dejar de mirar hacia el otro lado en donde no había nada más que una pared a la que le hacía falta una mano de pintura.
– ¿Más pendejo? –pregunto Saúl.

Manuel, que conocía los detalles de la relación entre Lucía y yo soltó una carcajada y siguió su camino. Yo decidí que no me había reconocido. No había pasado media hora cuando apareció María Elena la hermana de Lucía con un plato en el que traía dos sándwiches.

–  ¿Esa que viene caminando ahí no es la hermana de Lucía? –preguntó Saúl.
–Agáchate que no nos vea –dije, sumando otra decisión brillante a todas las que llevaba ese día.
–Hola chicos, les traje estos sándwiches, deben de tener hambre –dijo ella cuando llegó hasta el coche.
–Hola, estamos esperando a un amigo de Saúl que vive aquí a la vuelta, ¿Qué casualidad no? –Fue mi respuesta. Saúl al oírme no pudo evitar mirar al cielo preguntándose: ¿Cómo puedo tener un amigo tan idiota?
–Ya me imagino. Lucía va a tardar un rato en llegar y con el estómago lleno se piensa mejor –dijo María Elena mientras sonreía con ternura.
–Gracias –contestó Saúl al ver que yo me quedaba callado.
Una vez que María Elena desapareció de nuestra vista yo le pedí a Saúl que nos largáramos de ahí, sentía que ya había llenado el cupo de vergüenzas para esa noche.
–Mira; si te vas ahora Lucía sabrá que además de idiota eres un cobarde. Ya no tienes salida ahora hay que esperar –afirmó Saúl.

Un par de horas después por fin vimos pasar el coche de lucía, tan rápido que no nos dio tiempo de ver si iba sola o acompañada, metió el coche en el garaje de su casa y sanseacabó, casi cuatro horas de guardia, seis cervezas y dos ridículos después le pedí a Saúl que me llevara a mi casa. El me miro compasivo y dijo: te invito unos tacos pa´que se te pase el berrinche. hay unos muy ricos aquí a la vuelta de la esquina.
Nos bajamos del coche para dirigirnos a la taquería cuando Nora, la amiga de Lucía que me pasaba la información sobre los movimientos de Lucía y su novio, nos encontró de frente.

–Estás bien, pero que bien pendejo –dijo Nora, que era muy directa. Mientras se reía.
–Buenas noches, yo también me alegro de verte –contesté, inmune ya a más posibles vergüenzas.
– ¿A dónde van? –preguntó Nora.
–Le voy a invitar unos tacos aquí en la esquina a tu amigo el pendejo, pero bien pendejo –dijo Saúl pretendiendo hacerse el gracioso. Nora le gustaba.
–Sale que los disfruten –contestó Nora y siguió su camino.
–Va a casa de Lucia –advirtió Saúl.
–Ya… qué más da. Estoy muerto –respondí resignado a mi derrota.

Todavía no nos habían servido los tacos cuando aparecieron en la taquería Lucía y Nora, se acercaron a nuestra mesa; Lucia con el gesto serio. Nora parecía muy divertida.

–Hola, ¿Cómo estás? –preguntó Lucía mirándome directo a los ojos, me sentí desnudo.
–Ya sé que fue una estupidez no lo volveré a hacer te lo prometo –contesté.


Entonces ella me dio un beso en la mejilla y cuando se marchaba me dijo: “Nos vemos mañana.”

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