Tenía unos 19 años cuando por celos, hice la cosa más
ridícula de toda mi vida. Unos meses antes había conocido a Lucía, que se
sentía un poco sola porque su novio se había ido al extranjero durante unos
meses, en seguida nos llevamos muy bien, así que primero le propuse que lo
dejara a él para salir conmigo, pero ella se negó con rotundidad. Después le
propuse que saliéramos hasta que volviera su novio, a lo que también se negó. Seguí
insistiendo hasta que la convencí, no obstante ella me avisó: Esto no va a
salir bien, al final va a doler. Y yo le contesté: No tiene porque ya somos
adultos y sabemos lo que hacemos. ¿A que tiene gracia? Disfrutamos de unos
meses muy divertidos y apasionados hasta que un sábado por la noche mientras la
llevaba a su casa me dijo: Roberto vuelve el jueves, así que hoy será el último
día que nos veamos. De poco sirvieron mis protestas y objeciones.
Esa noche en mi casa no podía dormir, solo imaginaba a
Roberto besándola, lo que me hacía perder la cabeza e imaginarme estupideces;
como rescatar a Lucía de un sótano donde Roberto la retenía porque ella le
había confesado que al que amaba era a mí.
Yo no me resignaba a cumplir el trato de ninguna de las maneras,
entonces opté por torturar a Lucia durante los siguientes cuatro días para
convencerla de que rompiera con Roberto, pero aunque me tuvo una paciencia
infinita no cedió.
Me enteré por una amiga común que ese día lo iba a ir a
buscar al aeropuerto y de ahí irían a cenar luego ella llevaría al chico a su
casa y volvería a la suya. De manera que convencí a un amigo mío para que me
acompañara a montar guardia afuera de la casa de Lucía.
– ¿Para qué quieres irte a parar afuera de su casa?
–preguntó Saúl, mi amigo, con la esperanza de que desistiera de la estupidez
que me disponía a hacer.
–Para verla –respondí yo.
–Ahora lo entiendo; para verla cuando llega a su casa
después de recibir a su novio. Lo lógico, bien pensado Fernando –concluyó
sarcástico.
–Mira Saúl, tú me acompañas y mientras esperamos en el coche
yo te invito unas cervezas y te lo explico con calma.
A eso de las diez de la noche detuvimos el coche a una
distancia prudencial de la casa de Lucia. En este punto les recuerdo que en esa época no
existían los teléfonos móviles ni las redes sociales, es decir; si querías
saber en dónde estaba alguien lo tenías que espiar. Al cabo de un rato un coche
se detuvo a nuestro lado; era el hermano
mayor de Lucía nos saludaba sonriente. A mí, haciendo gala de mi falta de
sentido del ridículo, no se me ocurrió nada más que mirar para el otro lado.
–Tu cuñado está en su coche al lado de nosotros y nos está
saludando –dijo Saúl, tratando de no mover los labios mientras habla. Pero al
mismo tiempo no podía evitar mirar al hermano de Lucía poniendo cara de idiota.
–Ya lo sé, hazte pendejo –contesté yo sin dejar de mirar
hacia el otro lado en donde no había nada más que una pared a la que le hacía
falta una mano de pintura.
– ¿Más pendejo? –pregunto Saúl.
Manuel, que conocía los detalles de la relación entre Lucía
y yo soltó una carcajada y siguió su camino. Yo decidí que no me había
reconocido. No había pasado media hora cuando apareció María Elena la hermana
de Lucía con un plato en el que traía dos sándwiches.
– ¿Esa que viene
caminando ahí no es la hermana de Lucía? –preguntó Saúl.
–Agáchate que no nos vea –dije, sumando otra decisión
brillante a todas las que llevaba ese día.
–Hola chicos, les traje estos sándwiches, deben de tener
hambre –dijo ella cuando llegó hasta el coche.
–Hola, estamos esperando a un amigo de Saúl que vive aquí a la
vuelta, ¿Qué casualidad no? –Fue mi respuesta. Saúl al oírme no pudo evitar
mirar al cielo preguntándose: ¿Cómo puedo tener un amigo tan idiota?
–Ya me imagino. Lucía va a tardar un rato en llegar y con el
estómago lleno se piensa mejor –dijo María Elena mientras sonreía con ternura.
–Gracias –contestó Saúl al ver que yo me quedaba callado.
Una vez que María Elena desapareció de nuestra vista yo le
pedí a Saúl que nos largáramos de ahí, sentía que ya había llenado el cupo de
vergüenzas para esa noche.
–Mira; si te vas ahora Lucía sabrá que además de idiota eres
un cobarde. Ya no tienes salida ahora hay que esperar –afirmó Saúl.
Un par de horas después por fin vimos pasar el coche de
lucía, tan rápido que no nos dio tiempo de ver si iba sola o acompañada, metió
el coche en el garaje de su casa y sanseacabó, casi cuatro horas de guardia,
seis cervezas y dos ridículos después le pedí a Saúl que me llevara a mi casa.
El me miro compasivo y dijo: te invito unos tacos pa´que se te pase el
berrinche. hay unos muy ricos aquí a la vuelta de la esquina.
Nos bajamos del coche para dirigirnos a la taquería cuando
Nora, la amiga de Lucía que me pasaba la información sobre los movimientos de
Lucía y su novio, nos encontró de frente.
–Estás bien, pero que bien pendejo –dijo Nora, que era muy
directa. Mientras se reía.
–Buenas noches, yo también me alegro de verte –contesté,
inmune ya a más posibles vergüenzas.
– ¿A dónde van? –preguntó Nora.
–Le voy a invitar unos tacos aquí en la esquina a tu amigo
el pendejo, pero bien pendejo –dijo Saúl pretendiendo hacerse el gracioso. Nora
le gustaba.
–Sale que los disfruten –contestó Nora y siguió su camino.
–Va a casa de Lucia –advirtió Saúl.
–Ya… qué más da. Estoy muerto –respondí resignado a mi
derrota.
Todavía no nos habían servido los tacos cuando aparecieron
en la taquería Lucía y Nora, se acercaron a nuestra mesa; Lucia con el gesto
serio. Nora parecía muy divertida.
–Hola, ¿Cómo estás? –preguntó Lucía mirándome directo a los
ojos, me sentí desnudo.
–Ya sé que fue una estupidez no lo volveré a hacer te lo
prometo –contesté.
Entonces ella me dio un beso en la mejilla y cuando se
marchaba me dijo: “Nos vemos mañana.”






